Las palabras cambio y adaptación forman parte de nuestro día a día y también del de nuestras empresas. Tanto que el reto ya no está sólo en adaptarnos si no en hacerlo a la velocidad en que se producen dichos cambios.
Es decir que no se trata sólo de cambiar si no de “saber cambiar” y es algo que, evidentemente, hay que estar haciendo todo el tiempo porque de nada sirven acciones aisladas o esporádicas.
Dijo el filósofo griego Heráclito que “lo único que permanece es el cambio” y Darwin, veinte siglos después lo reitera con su premisa de que sólo quien se adapta sobrevive. Algo de razón deben llevar, sí.
Y no me negareis que hay pocas diferencias entre especies y empresas: ambos son organismos vivos, ambos evolucionan (o involucionan), ambos están cambiando constantemente porque así les viene de serie…
Pero las empresas tienen una gran ventaja respecto a las especies: no están sujetas a un microclima, entorno o cadena evolutiva concretas. De hecho, cada vez se hace más patente la necesidad de coexistir e interactuar con conceptos provenientes de campos distintos al del management tradicional, como pueden ser la ecología, la cibernética e incluso el arte. Todo suma y enriquece.
¿Cómo cambio la forma en la que cambio…?
Pues como en todo, con actitud. De ahí que el cambio verdadero y profundo sea imposible por la vía de la imposición. Esa es la razón por la cual cuando el cambio se impone, la gente se opone.
No hay cambio, en mi humilde opinión, sin deseo, agallas y por supuesto acción. El deseo es la chispa que nos da el impulso para arrancar con fuerza y mantener la motivación. Las agallas el fuego interno que nos lleva a perseverar sin importar el esfuerzo que el cambio requiera y la acción: nada cambia si no se entra en acción. Actuar es lo único que asegura que los cambios sucedan.
¿Y cómo andamos en el sector?
Nuestra profesión es reflejo de nuestra sociedad, un escenario donde los extremos se han edulcorado y el portero «vendedor» aún tiene cabida junto con la oficina inmobiliaria seria, sin que nos echemos las manos a la cabeza. Un todo vale que nos pasa factura y al que damos la otra mejilla con mayor o menor resignación.
Pretendemos llegar al usuario y que valore nuestro servicio cuando dicha profesión admite al freelance y al más correcto de los profesionales. Queremos que el cliente no cuestione nuestros honorarios y le damos un escenario de “todo vale” perfecto para el regateo y la factura a la baja.
Un todo con tantas posibilidades como personas, pero que no somos capaces de unificar en un modelo consensuado y regulado. ¿Y por qué no somos capaces…? Eso es trigo de otro costal que da para mucho clic y para mucho tirón de oreja.
Pero si, no caigamos en corrientes catastrofistas; ese todo también incluye bueno, ¡seamos justos! Profesionales serios, con rigor, formación, experiencia, medios y equipo. Personas trabajando, cada día, por establecer pautas que saquen a la luz el trabajo bien hecho y dejen en la más absoluta oscuridad a los oportunistas y “chapuzas”. Compañeros y compañeras que dedican muchas horas y lucha burocrática para poner un poco de orden en esta profesión.
Conocedores y expertos capaces de leer y entender lo que buscan y quieren experimentar los nuevos consumidores. Y es que son muchas las disciplinas que se están uniendo para atender a necesidades tan variables como modelos de familias hay, y como perfiles de compradores y vendedores se puedan dar.
Nos toca equilibrar emociones, personas y dinero. Ser el engrase entre oportunidad y valor, entre cliché y verdad. Mucho trabajo por hacer aún y que requiere criterio para mirarnos en los espejos adecuados. Hay modelos válidos e inteligentes, cierto, pero de los que no podemos tomar el cien por cien, por nuestra idiosincrasia, nuestra cultura, nuestra lengua… Tampoco tomar ese hecho para adquirir, sólo, la parte “molona” y de escaparate porque al ego y al postureo le sientan genial.
Como en todo, la complejidad está en conseguir ese equilibrio, el punto medio que coloca ahí, en medio, al cliente.
En mi humilde opinión, aunar tecnología, servicio y proximidad va a ser el gran reto de esta evolución generacional. Todo un reto digno de héroe y armadura el que los cacharros y juguetes tecnológicos no nos pongan una venda en los ojos. Los avances son herramientas, o deberían serlo, y no barnices para tapar otras carencias. Que las «modernuras» no sean el «estúpido velo» que tape el contacto, la palabra, el apretón de manos… Porque hay compañeros que prefieren papel y lápiz y son unos cracks y otros que se sirven de las últimas tecnologías y también lo son. Oficinas con menos recursos y profesionalidad ilimitada y grandes firmas con mucho “poderío” que también pueden atribuirse el adjetivo de profesionalidad. Que el hábito no hace al monje ni los medios y recursos al profesional.
Fácil fue plasmarlo aquí, pero como dice el dicho: «grande es el trecho hasta que se ve hecho». Mucho por hacer y mucho que aprender. Y ese aprender conlleva autocritica de las de echarle valor. Valor para acotar límites a los oportunistas que brotan en tiempos de oportunidades. Fuerza para decir basta a los que el termino win-win les suena a comida japonesa. Paso firme frente a profesionales de otros sectores que ocupan su tiempo libre en «ayudar» al vecino del 5° por un módico «por mil eurillos yo te lo vendo».
Mucha evolución aún pendiente, pero es que va a resultar y tenemos que admitirlo, que la ley evolutiva de Darwin va lenta en nuestro sector…
Lo «chusquero» aún hace más ruido que la profesionalidad, el trato «cutre» aún se ve como la norma y los «agentes abre puertas» siguen pululando por ahí… Lo difícil de manejar es que estas maneras contribuyan a que, vendedor y comprador nos metan a todos en el mismo saco. Lo difícil de digerir es que el esfuerzo por el trabajo bien hecho se vea mermado por meteduras de pata ajenas y conductas que juegan con la picaresca y la doble moral. Mucho que evolucionar, como os decía…